Brindando protección en el espacio
El 4 de octubre de 1957 comenzó un gran capítulo en la era de los viajes espaciales con el lanzamiento del satélite soviético Sputnik 1. Sin embargo, la misión del primer satélite terrestre artificial fue breve. En ese momento, se utilizaban baterías para alimentar el satélite. Estas duraron solo 21 días, y después de 92 días en órbita, el Sputnik 1 se quemó en la atmósfera.
En ese momento, comenzó la carrera por la superioridad técnica en el espacio. Poco después, los satélites se equiparon con celdas solares además de baterías. El objetivo de la celda solar integrada era suministrar electricidad a los satélites durante sus misiones, con la energía obtenida de la radiación solar en órbita. Esta adición redujo significativamente el volumen de la batería y prolongó considerablemente la duración de la misión. De los aproximadamente 4900 satélites activos que orbitaban la tierra a finales de 2021, casi todos dependen de celdas solares para proporcionar un suministro de energía confiable.
Otro desafío para los satélites en el espacio es el desgaste. El espacio es un entorno hostil, con temperaturas extremadamente altas y bajas, y enormes cambios de temperatura. Además, las misiones se enfrentan a presiones de la atmósfera de vacío y a altas dosis de radiación electromagnética y de partículas cargadas del sol, así como de otras estrellas fuera de nuestro sistema solar. Son extremadamente estresantes para los materiales.
Para resistir las desafiantes condiciones ambientales del espacio, los materiales requieren una protección adecuada. Para funcionar, las celdas solares que están en los satélites dependen de la protección a largo plazo que ofrecen las celdas solares con vidrio.